jueves, 16 de agosto de 2007

Sombra y señora de la huaca


Nora Robles

Hoy fui a visitar la casa donde habitabas. Caminé por todos lados buscando, sintiendo, queriendo encontrar algo que me dijera cómo fueron tus días, qué hacías, si te gustaba esa vida, si fuiste feliz. No lo sabré nunca, ya sé, amiga. Nunca sabré qué te gustaba hacer. Pero encontré retazos, atisbos, reflejos de las cosas que seguramente alguna vez se posaron en tus manos. Caminé por tus techos, tus paredes, tus espacios y vi los mismos cerros, los mismos árboles que alguna vez tú también observaste. Hay una fuerza en aquel lugar que te lleva a un estado de silencio, de meditación, de profunda exaltación interior. Supongo que tú debes haber sentido otra cosa estando ahí; Esa era tu casa.

Mirando el cerro Huamán me pregunté si a ti también te habría gustado contemplarlo, si creíste alguna vez que parecía un elefantito echado. Pero no ¡qué tonterías las que te estoy diciendo! Tú no podías saber nada de los elefantes, ni tenías idea de que existían al otro lado del mundo. Entonces, ¿a qué lo encontrarías parecido, te gustaba, te fijaste en él? Quizás sí. Tal vez no. Incluso es probable que te disgustara o trajera recuerdos que hubieras querido olvidar.

Seguí caminando un rato más por la huaca. Sí, así se llama ahora. Lo que antes era tu casa y tu pueblo ahora se llama huaca, y encontré miles de fragmentos de lo que fueron tus utensilios personales. Ollas, vasijas, restos de lo que solías comer y batanes donde preparabas tus alimentos. Me pregunté si pariste hijos, cuántos. Si tuviste un marido o muchos. Supongo que en tu época las ganas de aparearse se manejaban con mayor naturalidad. Dicen que las mujeres de ahora sólo buscan en los hombres protección y seguridad ¿Era igual en tu tiempo?? ¿Tenían ustedes similares derechos que ellos? ¿Cómo era en tu sociedad? Por alguna razón, mientras caminé por tu casa, por tus patios, sentí que habías sido fuerte y aguerrida y capaz de sobresalir en cualquier circunstancia que te tocara vivir. Quise ponerte un nombre pero luego desistí de la idea, ya que todos los que conozco te hubieran sonado muy extraños.

Tu casa ya no es la misma, los años y las paracas se ocuparon de borrar lo construido y lo que soñaste sobre las almohadas de algodón de color. Ya no vive aquí nadie que tú conocieras, todos tus allegados se fueron como tú, dejándonos el misterio de una vida atada a la tierra y al desierto ¿Mejor de la que yo conozco y vivo ahora?

Ahora que atardece, me doy cuenta que siempre te recordaré como la señora de la túnica ocre, de pelo lacio partido en dos hasta los hombros, joven y descalza, y que un día me miró bondadosamente hace ya tanto tiempo. Pero en donde sea que tú estés, cuando vengas a visitarnos como lo hiciste hace años, quédate tranquila, amiga. Aquí cuidaremos para siempre lo que tú fuiste alguna vez.

No hay comentarios: